DE LA ORALIDAD A LA LECTURA, POR ANTONIO MULA FRANCO, CRONISTA DE LA VILLA DE RAFAL

Antonio Mula/ abril 24, 2020/ Conferencias, Literatura, Sin categoría/ 0 comentarios

DE LA TRADICIÓN ORAL A LA LECTURA

 

“La madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar”  Nietzsche

 

Quiero dar las gracias a mi querida amiga, Paolita, y al director del IES Paco , por permitirme participar con esta charla, conferencia o ideas sueltas, dándome la oportunidad de disfrutar de mis orígenes, en donde siempre hemos tenido una unión perfecta con la naturaleza, ya que era nuestro lugar de juegos, de ilusiones, de vivencias, y que íbamos transformando en islas, tesoros, bosques, en definitiva, en donde ejercitábamos nuestra creatividad en total armonía con ella. Intentaré orientar mi intervención en algo que considero fundamental, y es la posible lectura a través de la palabra, de los cuentos, de las narraciones, desde la más tierna infancia.

Ortega y Gasset, José (1883-1955) decía que” una buena parte de los hombres no tiene más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una existencia oral”

Quiero dejar muy claro que el verbo leer no tiene imperativo: leer debe ser un hábito, un deseo, una necesidad, adquirido de una forma lúdica, pero con un interés personal (intelectual) y social (en cuanto a su perspectiva o referencia informativa).

La lectura es una aventura en la que cuesta iniciarse, y más ahora en los tiempos que corren. Borges decía: Las buenas gentes no saben la tarea y el trabajo que a uno le ha costado aprender a leer, yo he empleado ochenta años en esta tarea y no puedo decir que la domine. Demasiados estímulos mucho más fáciles rodean a una sociedad más formada y con más posibilidades de acceder a los libros que, en cambio, siente pereza a la hora de fijar la atención sobre la letra impresa. Activar en los niños el gusto por la lectura no es tarea fácil. Ya nos decía Borges: aunque leer es lo más difícil del ser humano, por eso es hombre, porque así piensa y es más humano. Las letras son lo que hay más allá de las cosas, por eso el lector vislumbra. Por ello, pedagogos, especialistas en literatura infantil y psicólogos coinciden en destacar la importancia que tiene adquirir hábitos lectores desde edad temprana, casi desde la cuna. En estos tiempos que corren creo que hay que volver a revalorizar la palabra, frente al mundo de la imagen.  ¿Por qué? Porque la palabra permanece, penetra, es definición, es doctrina y porque tenemos la necesidad de lograr el hábito de escuchar y leer, ya que es la antesala del pensar. Alguien le preguntó a Hamlet, ¿qué lees?. Y contestó: palabras, palabras, palabras que nos llevan al pensamiento.

La incitación, iniciación a la lectura se tiene que cultivar desde la más tierna infancia. De la misma manera que un niño aprende a masticar, a caminar o a desprenderse del chupete con esfuerzo, la lectura también requiere un adiestramiento.

En las casas no se habla de objetivos, ni de metodologías, ni se evalúan periódicamente los resultados, ni se rinden informes. Se vive, simplemente. Y en ese fluir de la vida, sin planificar, es donde crece la gente. La escuela tiene mucho que envidiarle a ese sistema pedagógico, donde todo sucede de una manera más espontánea y real. Sin compartimentos, ni disciplinas separadas, ni horas asignadas a tal o cual destreza. Por eso, hablar de lectura en el hogar es diferente a hablar de lectura en la escuela, aunque ambos espacios sean necesarios. Los padres no son maestros sino padres. Un ejemplo: el hogar es a la lectura como la piscina es a las clases de natación. Los niños pueden aprender distintas técnicas y estilos de natación, pero, si no tienen una piscina o un río o un mar en donde puedan nadar, los estilos se convierten en un aprendizaje inútil y descontextualizado. Con la lectura sucede lo mismo. El hogar proporciona el contexto, el para qué, el hogar es el nido en el que la lectura encuentra o desencuentra eso que se llama sentido primordial. Es aquí, en la revelación de ese sentido primordial, donde el papel de los padres es insustituible e indelegable. La escuela puede y debe encargarse de los estilos y las técnicas, para hablar en términos de lectura, debe enseñar el manejo y los trucos del código, vale decir las mil y una técnicas de la decodificación, desde el preescolar hasta cuando sea. Si por añadidura, como afortunadamente sucede ahora, cada vez con más frecuencia, se encuentran maestros sensibles frente a los sentidos de la lectura, pues mucho mejor. Pero la idea de la lectura como un acto de desciframiento vital es un asunto que comienza en la casa y que está ligado a los orígenes de los seres humanos, a sus historias familiares y viscerales, a los hilos de la memoria, que los enredan en una trama de significados, mucho más allá del lenguaje escolar.

El aprendizaje poético que se da en el hogar no habla de ritmo ni de métrica ni de rima, aunque practiquen todo ello (no se puede olvidar que son los conocimientos previos del niño en torno a la poesía), pero con cada juego, con cada retahíla, con cada cuento, con cada romance…se hace presente la esencia de la poesía como posibilidad de trascender la vida real, y de crear otros universos connotativos en los que las palabras adquieren nuevos valores, nuevos significados, nuevas posibilidades de utilización, con un predominio de lo lúdico que atrae a los niños desde el primer momento. Como dice Joan Manuel Serrat: con la leche temprana y en cada canción, la capacidad de asombrarse con las palabras se experimenta en el hogar.

De ahí que consideremos básico y fundamental la responsabilidad de sembrar en los niños y niñas el gusto por la (Literatura) lectura es una tarea compartida en la que han de implicarse tanto los docentes como los padres, las administraciones educativas y todos los estamentos sociales. Nuestro propósito, es intentar exponer algunas razones, para que haya escuelas más vivas, más implicadas, más concienciadas, donde el niño /a sea actor y creador, y por tanto, la sociedad en la que están inmersos sea más dinámica, más tolerante, más comprometida. En definitiva, enseñar a amar la literatura sembrando en sus corazones experiencias enriquecedoras, retos intelectuales estimulantes y vivencias emocionales intensas.

Para Gianni Rodari (2006) el primer conocimiento de la lengua escrita, y por tanto de los problemas, no ha encontrado ningún itinerario más rico, más lleno de color y más atractivo que el de un libro de cuentos. Es lógico, por lo tanto, que los considere materia fundamental para los primeros coloquios entre madre e hijo.

Según Nuria Ventura: “Es el primer paso importantísimo del acercamiento del niño a la lectura. De su entusiasmo y placer hacia estas historias narradas moverá probablemente su interés hacia la literatura o el cuento escrito, eso sí, creándoles un clima de alegría, magia e interés”.

Según dice Fernando Savater en Lo que enseñan los cuentos “que la educación resulta de entrada el motivo menos seductor para dedicarse a la lectura educativa”, para añadir posteriormente “que la educación es una cosa muy necesaria (…), pero la literatura es realmente imprescindible”.

Tanto el cuento como la poesía son los dos géneros que acercan a los niños a la literatura, que motivan su interés en escuchar, leer y escribir creativamente y al mismo tiempo son una fuente de disfrute.

Por eso, buscar la fascinación, la seducción que produce la palabra alrededor de lo literario es encontrar los espacios sociales, como este club de lecturas compartidas, para despertar el gozo de la lectura y el compromiso social. Así pues, creemos que, en estos momentos, tenemos la obligación, al menos quienes pensamos así, de fortalecer y enriquecer la memoria colectiva frente al silencio y al olvido a través de la palabra, de la narración oral y la lectura en voz alta.

El habla y la escucha surgen a través de la palabra viva, es decir,  de los primeros contactos humanos que contribuyen a conformar las competencias lingüístico-literarias del individuo, que con el paso del tiempo se enriquecen y se desarrollan hasta que se completa el dominio de una lengua y el conocimiento de su literatura

Salvo en caso muy excepcionales, en este ámbito el instinto no funciona y menos aún si el entorno no resulta favorable para alimentarlo. Sin embargo, casi por ósmosis, sin que nadie se dé cuenta cómo ni a qué horas, entre rutinas y sobremesas, entre lo que se dice y lo que no se dice, las cuatro paredes de la casa son la primera imagen del mundo. Los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera escuela.

Un niño es un ser curioso por naturaleza y su curiosidad irá a más si ésta resulta estimulada. Cuántos padres, madres, abuelos, tíos sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros. Dudo que lo hubieran hecho a propósito, siguiendo unos objetivos predeterminados o unos indicadores de evaluación…Lo más probable es que sólo quisieran pasar un buen rato o tranquilizarlos para que estuvieran quietos unos minutos. Creo que las dos intenciones son, en sí mismas, maravillosas. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura, es lo que, Yolanda Reyes, llama dar nido o sembrar sentido. A sembrar sentido no se aprende en talleres o en libros especializados, las creencias se tienen o no se tienen y las cosas se siguen aprendiendo por el ejemplo. El niño cree a los adultos que le rodean. Y así vamos creciendo con imágenes familiares, con arquetipos, con valores y también con telarañas y prejuicios que nos fueron transmitidos de una manera visceral e inconsciente, sin que nadie se diera cuenta de cómo o a qué horas sucedía: ni los padres que enseñaban, ni los niños que entonces aprendíamos. Es probable que nuestras ideas afortunadas, desafortunadas o neutrales sobre la lectura, tengan raíces profundas en esa escuela tan informal que es cada casa. Por eso, para hablar del papel de los padres, maestros en la formación de los lectores, es aconsejable partir de una búsqueda personal, empezando por el principio, que somos nosotros, y no por el final, que son los niños. Porque somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, maestros, el texto de lectura primordial que descifran nuestros niños.

Con un cambio radical, considerando que es la educación la que debe marcar el rumbo de la concienciación, quiero entrar en el mundo de la literatura a través, como dice mi buen amigo, Federico Martín del contar, cantar y  encantar, aunque nosotros añadamos también concienciar, a través de un lema que decía “que no crezca nadie sin escuchar cuentos” lo que equivale a decir, que no haya nadie que no escuche la palabra que viene de todas las voces.

¿Por qué? El niño pequeño vive en un ambiente mágico en la más pura esencia de la palabra. Detrás de cada cosa advierte un sentido oculto, del que la cosa misma es sólo un símbolo. El mundo exterior no es para él solamente una organizada hostilidad o un posible manantial de goce; es algo más: una inagotable caja de sorpresas ante la cual toda expectativa es posible. El arco iris y su unidad en la pluralidad de colores; la abeja que aprovecha el alimento de la flor sin deteriorarla mientras que la fertiliza y potencia su vitalidad; el gusano de seda que tras arrastrarse por el suelo da realidad a su sueño de metamorfosearse en un nuevo ser ascendente: la mariposa que vuela con libertad entre las flores; el sol que entrega amorosa y desinteresadamente su luz sin pedir recompensa ni reconocimiento, que ilumina a todos sin exclusiones ni favoritismos; el árbol que va ascendiendo hacia la luz en formas cada vez más sutiles desde la raíz subterránea, pasando por el tallo hasta las hojas convertidas posteriormente en pétalos que se pliegan en el milagro de la flor y llegando por fin a su culminación fructífera; y un largo etc. elementos de muchos cuentos que para el niño, esas realidades tienen un grandísimo valor como fuente de posibilidades insospechadas.

Pero para llegar hasta aquí, es necesario desarrollar una de las habilidades más olvidadas en el mundo en que vivimos: la escucha activa.

 

LA ESCUCHA ACTIVA.

 

Voy a decirte algo en secreto.

Es la hora de las grandes confidencias,

de decir grandes cosas al oído.

No se las diría a cualquiera

pero a ti sí te las digo. Escucha:

 

Estos versos de W. Whitman, citados por Teresa Zapata (2007), nos hacen o nos pueden hacer pensar en la disposición afectiva, mental y perceptiva a la hora de la escucha activa. Según la autora, la palabra escrita o dicha solo es escuchada cuando repercute en nosotros creando sensaciones de vida. Sensaciones vitales. Escuchamos cuando “vemos y sentimos” con las palabras. También cuando “comprendemos” siendo capaces de vislumbrar un pensamiento detrás de ellas.

 

Nos propone un “escuchar apreciativo” muy lejano a la simple audición, en donde la escucha se realiza por goce, por el simple hecho de disfrutar y deleitarse con lo que se escucha. Por eso nuestras reacciones son personales, íntimas, divergentes, caprichosas, imaginativas. De tal manera que nos pueden impulsar a una actividad expresiva creadora, o incluso, a una acción comprometida.

 

¿Qué podemos hacer? Darle fortaleza al cerebro es dar posibilidad a que un mundo se abra como torrente de imaginería. Cultivar esta práctica nos lleva a recuperar el lenguaje que tiene significado, que nos asombra y acerca a otros seres humanos, a otros problemas, a otras situaciones, a otros compromisos. ¿Cómo? Abriendo puertas, dado que los niños saben perfectamente que en el momento que comienzan a contarles un cuento se aventuran por una puerta hacia emociones diversas: miedo, alegría, liberación, disgusto…, con las frases mágicas de acceso: Hace miles de años…; En un país muy lejano…; En tiempos de Mari Castaña…; Érase una vez..; también tienen puertas de salida del túnel maravilloso y envolvente que es el cuento narrado o leído: Y colorín colorado...; y fueron felices y comieron perdices y yo me quedé con tres palmos de narices. Posiblemente los niños se encuentran delante de alguna cosa que saben que no es, pero que les agradaría que fuese. Si recordamos lo que escribió Bruno Bettelheim (1978): Para el niño no hay cosa más verdadera que lo que desea. Y podemos preguntarnos ¿por qué no enseñarles a desear un mundo mejor? Hace tiempo que sabemos que los niños necesitan la ficción para dominar la realidad,  porque los cuentos que contamos o leemos a los niños tienen, entre otras funciones, las de dar una forma narrativa a su propia vida.

Por eso resalta Savater (1997) lo que denomina dimensión narrativa:

“Hay todavía otro aspecto de la educación humana que conviene señalar: la dimensión narrativa que engloba y totaliza los conocimientos por ella transmitidos. Los humanos no somos problemas o emociones, sino historias; nos parecemos menos a las cuentas que a los cuentos. Es imprescindible, por tanto, que la enseñanza sepa narrar cada una de las asignaturas vinculándola a su pasado, a los cambios sociales que han acompañado su desarrollo…”.

Además hay que:

  • Sorprenderles
  • Sacarles de su rutina.
  • Presentarles novedades inesperadas.
  • Y divertidas a través de las emociones del olfato, la vista, el tacto, el gusto y el oído.

¿A quién no le gusta que le cuenten cosas? ¿Quién no disfruta escuchando un buen cuento? ¿A qué se debe la gran aceptación de las narraciones orales? etc. Teresa Zapata (2007)  afirma cuáles son los aspectos que determinan esa fascinación (seducción) auditiva:

  • El placer generado por la belleza contenida en el relato
  • Los múltiples sentidos que el cuento sugiere.
  • Las peculiaridades de los personajes.
  • Y que desde su origen los cuentos maravillosos fueron creados para el deleite tanto de los adultos como de los niños.

 

Está claro que las lecturas y narraciones que nos gustan nunca nos dejan indiferentes y si nos hacen disfrutar y emocionarnos es porque reflejan muchas de nuestras inquietudes y de nuestras maneras de entender la vida, porque para nosotros escuchar, leer es soñar, imaginar, reflexionar, adentrarnos en mundos nuevos y conocer la forma de pensar y actuar de unos personajes, que aun siendo ficticios, en ocasiones parecen arrancados de la realidad.

Por ello, el momento del cuento, en la escuela, en la familia o en la calle, debe suponer un momento muy especial, un tiempo para compartir, para sentirse importantes y únicos, tanto para  el que  cuenta como para el que escucha. Un tiempo en el que el entorno real se funde con el mundo fantástico del niño, que se entrega por entero a él.

Es, por lo tanto, muy importante, que el niño, desde sus primeros años de vida, escuche muchos tipos de cuentos, leídos, relatados, acompañados de movimientos, canciones, rimas… Se trata de proporcionarle el sentido del idioma mediante un amplio recorrido léxico y musical, vinculado al afecto y a la ternura. Aplazar el encuentro con el libro puede suponer, posteriormente, una actitud inicial de rechazo por la lectura.

Sabemos que el niño, desde que abre sus ojos a la vida, encuentra o debería encontrar la presencia del libro como un elemento insoslayable dentro de su entorno, lo que contribuye a establecer un vínculo natural y cotidiano con el acto de leer. Los cuentos, junto con dibujos, películas, etc. configuran hoy por hoy uno de los primeros bagajes culturales de los niños. La poesía y el cuento son  vehículos de iniciación a la lengua, a las representaciones, a las imágenes fantásticas o las explicaciones mitológicas que toda cultura elabora y que se transmite de generación en generación.

Al niño le interesa el cuento por el vínculo emotivo que urde con los personajes y las situaciones que le acontecen. Establece con ellos un diálogo interno muy rico en imágenes evocadoras. Se fascina con sus aventuras, con la audacia que explicita en la resolución de sus problemas, con sus sentimientos; con la magia de los objetos que utiliza…, de tal modo que enseguida les convierte en sus primeros héroes, imita sus modos de comportamiento, nutriendo de símbolos sus juegos y diálogos, e influyendo profundamente en la manifestación de sus actitudes y en la elaboración de sus valores.

Donde quiera que haya un niño sentado, siguiendo con los ojos muy abiertos las peripecias de un héroe de papel, existe una promesa de lectura, una promesa de compromiso. Efectivamente, el niño es, de todos nosotros, el que más se asemeja todavía al miembro de la tribu antigua que se dejaba embaucar o enardecer por el gran brujo. La ingenuidad del niño es el estado ideal del oyente. Su oído, su escucha es todavía una recepción virgen, extremadamente sensible a las variaciones de la música de las palabras. Quizás, el niño tiene una limitación, la que le impone su capacidad comprensiva, una capacidad condicionada por el proceso evolutivo del individuo, pero nada más.

¿QUÉ ES LA NARRACIÓN ORAL?

La narración oral es un ejercicio poético presente en todas las culturas: el arte de voltear creadoramente el espejo mágico para convocar el encuentro y recrear la vida que se comparte.

*25.- La narración oral es un acto de belleza, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, resulta capaz de divertir y enseñar, de emocionar y analizar, de cuestionar y de afirmar, de debatir y de comprometer.

*26.- La narración oral es un acto de indagación, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, duda y hace dudar, pregunta para alentar una respuesta interna de cada persona y colectiva, de cada público y por esta vía reafirmar los aciertos, criticar los errores, superar los defectos, y defender la permanencia e integridad de los principios humanos universales

*27.- La narración oral es un acto de lealtad, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, es fiel a su visión del mundo como visión del mundo que responde a los intereses de la comunidad.

*28.- La narración oral es un acto de justicia, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, expone criterios para contribuir a reordenar el universo y lo hace en consonancia con las realidades y anhelos de la comunidad.

*29.- La narración oral es un acto de pureza, donde el ser humano, al narrar a viva voz y con todo su cuerpo, lo hace desde el más hondo fervor humano, desde la creencia absoluta en que el destino humano depende ante todo de los humanos y es un destino de fraternidad.

30.- La narración oral es un acto de libertad.

31.- La narración oral es un acto de dignificación.

32.- La narración oral es un acto de solidaridad

33.- La narración oral es un acto de amistad.

34.- La narración oral es un acto de amor, porque narrar oralmente es ser con los otros como con uno, ser con uno como con el primero, y ser con los primeros para ser..

Aún añadimos nosotros lo siguiente.

La narración oral es un acto de generosidad, porque quien narra, el informante de trabajos de campo, en especial, está desprendiéndose ante los demás de algo que le pertenecía y en cambio lo regala a cambio de nada.

Si fuéramos capaces de pensar, reflexionar y razonar sobre estas definiciones de Garzón Céspedes, creo que tendríamos un largo camino recorrido. Pensemos que lo que caracteriza a tantas malas lecturas escolares, a tantas malas lecturas magistrales es, desdichadamente, que el lector lee de labios para afuera sin implicarse a sí mismo en sus raíces de vida.

Siguiendo la clasificación de Yolanda Reyes la lectura la podríamos clasificar en tres etapas:

1.- Aquella en la que el niño no lee, sino que otros lo leen.

Yo no leo, alguien me lee, me descifra y escribe en mí. Cualquier gesto, grito, lloro, etc. Lo que el niño haga la gente de alrededor lo lee, le ha dado las distintas significaciones y matices y que, con este acto intuitivo de comunicación, ha abierto la puerta a la experiencia del lengua y de la lectura, que, en su acepción más amplia, tiene que ver con fundar sentidos.

De manera que nos hacemos partícipes de la comunicación humana y entramos al mundo de lo simbólico porque hay alguien que nos lee y que escribe en nosotros los primeros textos, las primeras claves de significación. En esta primera etapa de la vida, tenemos contacto con muchos textos de lectura. Esta etapa es muy importante, ya que se ha comprobado, como dice Exupery, que un maestro, un padre, un educador es normalmente grande cuando es capaz de hacerse niño y llega a la plenitud de la grandeza si conserva el niño como tal y no intenta deshumanizarlo despojándolo de la infancia so pretexto de hacerlo alumno. Además, el niño no puede al entrar a la escuela, dejar de ser niño, para ser sólo alumno. Es decir, que la estructuración de los contenidos del currículo no cercene ni detenga las corrientes caudalosas de las vivencias infantiles, y que el formulismo exagerado de considerar al escolar, al alumno fríamente, como el sujeto de la educación y la enseñanza, no lo encierre dentro de los rígidos cánones de un sistema pedagógico que implique la pretensión de ubicarlo en un mundo impropio.

Para llegar a esto creo que como maestros, padres o educadores, dado que hemos perdido la capacidad de asombro como hombres modernos, hemos de despertar de este letargo que limita la imaginación y les impide a los alumnos, hijos o educandos el despliegue de su fantasía. Para ello, para liberarlos creo que hemos de utilizar la cuentística en general: “ que los incentive nuevamente en una capacidad creadora para ellos connatural. Ha de devolvérseles su capacidad de asombro y su derecho a la fantasía. A lo imaginativo. Los adultos lo llamamos IRREAL, pero para el niño es REAL, es su MUNDO. Por eso cuando oímos: cuéntame un cuento, no dudemos, no lo dejemos para otro día, porque tras ese ruego cotidiano de los niños no sólo se esconde la necesidad de compartir un rato con los padres y de que éstos, a través del relato, le transporten al mundo imaginario, sino que esa petición encierra un proceso iniciático hacia la lectura.

La riqueza de las palabras, su significado, las inflexiones de voz, la historia que se va desmadejando, unido al ritual de encontrar un espacio (rincón) para la lectura y unos momentos íntimos en los que compartirán aventuras, configuran un preludio necesario para la evolución positiva del futuro lector. No hay que menospreciar el significado del ritual y de las rutinas, puesto que para el niño todo lo relacionado con el hábito cotidiano cobra una especial relevancia. Las narraciones relacionadas con su mundo más próximo, con personajes más o menos cercanos o reconocibles para él, son por tanto también muy importantes en esta primera fase de iniciación a la lectura. Como muy bien nos diría Federico Martín Nebrás, por el cuento, el niño adquiere las más vivas experiencias del mundo que le rodea y de situaciones que irán fortaleciendo su espíritu. Soy porque aparezco. No debemos robar el BOSQUE a los niños y hay que recuperar los cuentos que nos gustaron, porque quien no tiene un cuento no se lo puede inventar, ya que todos son iguales.

LEER UN RATO ANTES DE IRSE A DORMIR.

Este es otro hábito que los padres deberíamos fomentar. Hay muchas razones: calma los ánimos y relaja, pero también es el mejor momento, pese al cansancio, para aprender a leer. La lectura requiere un entrenamiento, explica el escritor Emili Teixidor, y añade que ser lector, como ser deportista, implica un proceso más o menos lento. La lectura es un divertimento, pero no sólo eso. Si leer es importante, lo fundamental es no sólo entender lo que se lee sino aprender a pensar, y solamente se continúa leyendo y pensando cuando uno coge el gusto, añade Lolo Rico para fraseando a Bruno Bettelheim.

Leer, normalmente, es una actividad solitaria, pero en los primeros años de vida se debe convertir en algo comunitario. Es así y no de otra manera, señala Lolo Rico como los niños recurrirán al libro cuando su conocimiento y edad se lo permitan.

Cronológicamente nos encontramos que están todos los libros sin páginas, todo ese torrente de tradición oral que los padres recuerdan, de manera rimada, aliterada, rítmica, repetitiva y prosódica. Lo que cuenta son las sonoridades, las repeticiones, las alternancias, ese poder mágico de la palabra que va y viene, que canta, que nos envuelve en la sonoridad y que nos sitúa en posesión de lo poético.

Después de la narración vendrá la lectura a través de la cual tendrá lugar el encuentro de los niños con los libros. En primer lugar, deberían estar todos los libros sin páginas, que conforman un cúmulo de géneros de tipo tradicional que los abuelos y padres recuerdan y hacen llegar a sus nietos e hijos, como si de un juego se tratara, aunque es una auténtica literatura sometida a procesos de constante transformación y reelaboración que con el paso del tiempo supone una revitalización continua.

Cuando el niño se sienta, aparecen los primeros libros de imágenes. Un mundo simbólico, las ilustraciones, esas figuras bidimensionales parecidas a la realidad, no son realidad, aunque la representen. La esencia de lo simbólico de un mundo conocido, atrapado y sintetizado en unos dibujos. La direccionalidad, la organización de un espacio, etc. Además, aprende que pasar unas páginas es pasar el tiempo, que empieza y termina y que cuenta una historia durante ese transcurrir. Todos estos son los ingredientes de los que está hecha la lectura.

Después de esos primeros libros y muy en línea del desarrollo psíquico del niño, que empieza a salir de los más inmediato para hacerse preguntas, inventar, imaginar, soñar, tener pesadillas y sentir miedos, los relatos se van haciendo más complejos. Es entonces cuando el niño entre en contacto con hechos, peripecias y personajes que suceden en un tiempo lejano: el tiempo de la ficción, ese tiempo mítico, que no es presente (había una vez, hace muchos pero muchísimos años, En un país muy lejano, En un lugar de la Mancha; erase una vez, cierto día.

De nuevo, los padres, los maestros, esos contadores privados o públicos, son los encargados de introducir a los niños en la magia de las historias y su actitud sigue enseñando muchas cosas sobre la lectura. Por ejemplo: que las palabras sirven para emprender viajes, salir del aquí y del ahora y aventurarse por lugares y por tiempos lejanos, que pueden visitarse con la imaginación; que gracias a las historias y las palabras, se pueden dar nombre a las fantasías y dar forma a las angustias, para sacarlas de nosotros, para expresarlas, compartirlas y, quizás, sentirnos menos solos. Los padres, los contadores, los maestros nos hablan de los poderes catárticos y curativos de las palabras. Cuando cuentan están enseñando que la ficción es una de las formas socialmente aceptadas para nombrar lo innombrable, para explorar nuestros fantasmas y dar forma a nuestros ideales, para medirnos cara a cara con los miedos, para bajar a los infiernos y regresar ilesos, para aprender sobre la vida, sobre nuestros propios sentimientos y para escuchar nuestra propias voces. El niño, con esta experiencia, será un lector en potencia y lo probable es que alguna o muchas veces, durante distintas etapas de su vida, recurra a los libros tratando de descifrar sus propios enigmas.

Si somos conscientes de lo que hemos hecho hasta aquí, o han hecho o deberían haber hecho los padres nos encontramos con una gran variedad de géneros literarios: la poesía, los libros de imágenes y la narración. Ya el niño distingue las formas que toman los libros y los tonos de los que se valen, ya sea que quieran cantar, contar, expresar o informar; ya intuye que a veces hablan de la fantasía y otras nombran la realidad. Aquí los padres han construido un entorno para la lectura, una cantidad de demostraciones viscerales a la pregunta del “Para qué leer”, que es la pregunta por el sentido vital de la lectura y que es la que, en definitiva, produce el deseo, o lo que los maestros, para simplificar llaman “motivación”. A partir de aquí la alfabetización propiamente dicha y el aprendizaje de la lectura se empieza a delegar en el colegio. El protagonismo de los padres, dando ahora soporte y contexto a la alfabetización, será imprescindible para el éxito del lector alfabético. Hasta aquí importante, pero lo más importante está aún por hacer.

2.- Aquella en la que el niño lee con otros.

Como ya hemos dicho, hasta la lectura autónoma es un largo rito de tránsito y quizás la época más difícil para su formación. Es donde se da la mayor deserción; la decodificación mecánica les hace perder el sentido vital y el deseo. Es un esfuerzo gigantesco que no recordamos.

Sea cual sea el método que se elija, desde el más divertido hasta el más árido, implica una serie de pasos aburridos e inevitables y la tarea no resulta nada emocionante. Hay que aprender que a cada sonido corresponde un grafema, disección de cada una de las palabras; que la Q necesita una U antes de la E para que suene QUE, pero con la A ya no funciona igual; que la H es muda y hay que saltársela; que para leer un renglón se tarda una eternidad; etc. Los padres en este momento siguen siendo padres y no maestros, y su papel es el de seguir dando sentido y contexto (que sigan apoyándoles aunque no sepan el estilo mariposa).

Darles la oportunidad de leer con ellos con fines prácticos: leer juntos una receta para preparar a la hora de la comida, buscar una carátula de un cuento, en un periódico buscar la cartelera, valiéndose de dibujos, signos y letras para encontrarla, siendo pequeñas demostraciones que crean en ellos la sensación de que la lectura se aplica permanentemente en la vida cotidiana. Habrá errores, pero sin ese proceso experimental de ensayo y error es imposible empezar a leer.

¿Pero qué mejor que un buen libro para que el niño pase momentos inolvidables? Un libro con vivos colores y formas atractivas no sólo supone un grato entretenimiento, sino que es el primer paso para que éste se familiarice con un mundo que más adelante abrirá las puertas a su imaginación, siempre y cuando este gesto no resulte algo esporádico en su vida.

De todos modos, hasta llegar a la fase en la que el niño es prácticamente autónomo y la persuasión ya no precisa de ayudas externas, quedan unos años en los que la actitud de los padres y los educadores respecto a la lectura es fundamental. Es entonces cuando la lectura en voz alta, la narración cobra un protagonismo especial para ayudar al niño a entrar con afición en el juego que abre el inmenso mundo de las palabras.

Habrá, por lo tanto, que seguir leyéndoles en voz alta. La entonación es algo que se construye mediante un diálogo con los sentidos de un texto; un diálogo en el que participan el lector y el texto y que siempre hay que ir desentrañando. (Leer: LAS PALABRAS de Pablo Neruda)

3.- Aquella en la que el lector lee solo.

Existe una total coincidencia entre los expertos en que obligar a leer resulta absolutamente disuasorio. La casi desaparición de la práctica de la lectura en voz alta, tanto en las escuelas como en las casas, son elementos que los especialistas citan como factores que no ayudan a potenciar el hábito por la lectura. Televisión, internet, videojuegos, no deben verse como rivales de la lectura; cada una de estas actividades debe tener su espacio y es un error establecer competitividad entre ellas. La lectura no debe excluir ninguna otra afición de los niños y, si lo hace, el niño será contundente y rechazará todo aquello que le impida disfrutar de otras cosas.

Educadores y psicólogos, al igual que escritores, como Rosa Regás, destacan como elemento fundamental para agudizar el placer de la lectura en los niños el entorno que tienen. Es muy difícil que un niño se aficione a tener un libro entre las manos, a evadirse con él, si en su casa no existe una normalidad en ese hábito. En un ámbito de vida en el que no hay afición por la lectura difícilmente se interesará por ella. Si los adultos que conviven con el niño no sienten la necesidad de leer es poco probable que éste sea lector.

Hay que asegurar que desde la casa y desde la escuela se mantenga viva la fe en la magia de los libros y en sus poderes de desciframiento. En estos momentos incipientes de lectura su nivel de desciframiento es superior a su poder de decodificación. Es decir, que mientras su deseo es leer una novela por entregas, su incipiente nivel de alfabetización le permite leer un cuento insulso para bebés o unas frases sencillas y deshilvanadas de la cartilla escolar. Es aquí donde se puede dar el rechazo, el alejamiento, la desilusión. Por eso debemos seguir contándoles, leyéndoles y compartiendo ese sentido crucial de la lectura, ya que se les creará un hábito, es decir, la repetición de unas condiciones particulares de tiempo y de espacio, una atmósfera de introspección y de intimidad que, en lo sucesivo, asociará con la lectura y que quizás se le vuelva una costumbre indispensable para toda la vida: “leer un rato para llamar al sueño” o “leer diez minutos antes de apagar la luz”. Pero además, mientras esas revelaciones suceden, ese niño al que un lector adulto le lee estará empleando el tiempo en ejercitarse en procesos muy complejos de desciframiento, como cuando era bebé y miraba su primer libro de imágenes. Seguirá aprendiendo a identificarse con uno u otro personaje; ejercitará su capacidad de anticiparse al curso de los acontecimientos; incorporará nuevas palabras a su propio diccionario mental; afinará sus mecanismos para distinguir la ficción de la realidad y para saber cuándo el lenguaje nombra y cuándo sugiere y cuándo calla y cuándo permite distintas interpretaciones y cuándo…Entonces irá valorando los libros y los comparará y poco a poco irá teniendo más herramientas para saber cuáles le gustan más y cuáles son sus intereses…

Leer con los hijos, con los alumnos, es ofrecerles todo eso, leyendo simplemente. Sin complejos de culpa y sin falsas pretensiones pedagógicas. Sin someterlos a indagatorios sobre la idea principal y las secundarias, pero permitiendo siempre esa atmósfera de intimidad en la que el diálogo es posible y a veces puede ejercerse también con gestos, con silencios o con comentarios sueltos. Leer por el puro placer de estar juntos, de compartir sueños, temores, intereses e incluso obsesiones, acompañando al hijo, al alumno a confrontarse con las tareas existenciales, con los valores y con los retos de la vida que recrean los libros. El padre, el maestro es el que mejor le conoce y le podrá orientar a encontrar el libro preciso, en el momento preciso.. Ese libro que el corazón y el deseo le piden a cada ser humano y que quedará guardado en lo más profundo de la memoria, ligado al afecto de esa persona que acompañó su descubrimiento.

El tiempo pasa volando. Poco a poco empiezan a leer solos y ya no necesitan a nadie. Es más, llega un tiempo en el que sólo desean leer en privado, como lectores autónomos y solitarios, sin nadie que los interrumpa o que ose siquiera preguntarles qué libro están leyendo. La lectura será parte del ámbito de su intimidad y se convertirá en la brújula de una búsqueda personal a la que quizás los padres, maestros, ya no estén invitados. En ese momento, su papel será el de convidados de piedra y posiblemente no haya mucho que hacer. Por eso es que la experiencia de leer, en el sentido de dar contexto y sentido, no puede ser postergada hasta que un niño entre en posesión de todas las arbitrariedades de las que está plagado nuestro lenguaje escrito. Quizás si esperamos a que se dé ese momento, sea entonces demasiado tarde.

La literatura, explica Rosa Regás, desarrolla la fantasía, la imaginación; ayuda a analizar las actitudes humanas y proporciona un placer intelectual que ensancha el alma y evita la parálisis de sus facultades. La afición por la lectura se contagia casi como la gripe y el secreto para animar a que ese virus siga activo está en hacer de la lectura, tanto en casa como en el colegio, una fuente de placentera distracción y no una pesada carga que debe llevarse por obligación.

Ya como docentes hemos de tener claro que el papel del lector es la re-creación de la obra literaria. Aunque no puede cambiar el texto, su función es la de asentir o disentir en su totalidad o en parte con lo expuesto en él. Sin el lector no tiene ningún valor estético.

El profesor en la clase de literatura será un orientador. Sugerirá pistas que faciliten una lectura en profundidad del texto, una lectura que sobrepasando lo circunstancial va más allá de la anécdota, hasta aproximarse a lo que el autor ha querido decir. Ofrecerá el sentido vivo de la historia que se refleja en la literatura, a través de claves que permitan que al alumno establecer relaciones múltiples entre el autor, la obra, la realidad y su realidad. Suscitará desde los textos numerosas expresiones creativas especialmente en el ámbito de la expresión oral y escrita. Enseñar aprendiendo será su lema. Desterrará el dogmatismo: la cultura, decía A. Machado, no debe ser un instrumento de poder sobre los hombres, sino algo creador de libertad que nunca podrá aplicarse a esclavizar voluntades ajenas.

Por parte del alumno su funcionalidad estará orientada hacia la actividad más que a la pasividad para proporcionarle una capacidad crítica “nos empeñamos que el pueblo aprenda a leer, sin decirle para qué” sostenía el poeta sevillano del 98, hecho que hay que invertir. Todo ello venciendo “la solemne tristeza de las aulas”, o lo que es lo mismo, haciendo que aprendan deleitándose que es el mejor modo de aprendizaje. Y ello, como decía Esquilo, para que los muertos no maten a los vivos.

Andrés Amorós, por su parte decía: “La enseñanza de la literatura debe ser enfocada para que los alumnos amplíen y hagan más rica su visión del mundo; para que dialogando con los grandes escritores, aprendan a contrastar puntos de vista; para que piensen de un modo personal, sin dejarse arrastrar previamente por modas o consignas, para que adquieran en definitiva una mentalidad crítica”

Federico Martín Nebrás nos dice que la literatura es “La memoria de todos” es sacarme del instante para llevarme hacia aquí o hacia allá”. Hemos de darle a la palabra su valor, ya que nunca podremos realizar plenamente aquello que pensamos, sino podemos expresarlo por medio de la palabra que es la base de la comunicación, el medio de nuestro propio pensar y sentir. Decía, Juan de Mairena “Con palabras se charla y se diserta; con palabras se piensa, se siente y se desea”. La mayor aspiración a conseguir dentro de la lengua es el hablar de una forma clara y comprensible para todo el mundo. Siguiendo con Juan de Mairena: “Daréte el dulce fruto sazonado del peral en la rama ponderosa. ¿Quieres decir que me darás una pera? ¡claro!

En otro momento nos dice: la literatura es más escrita que hablada…que no se os muera la lengua viva, que es el gran peligro de las aulas. No hay más lengua que la lengua en que se vive y se piensa.

Os recuerdo las palabras de Pedro Salinas en El defensor: “El auténtico lector es el que lee por leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas lo mismo que se quedaría con su amada”.

VALOR EDUCATIVO DE LA NARRACIÓN.

1.- Momento de relajación y de entretenimiento. Se siente más próxima físicamente la presencia del profesor.

2.- Desarrollo del lenguaje. El vocabulario se amplía de forma sugestiva e inconsciente. Se convierte en instrumento de expresión y permite el aprendizaje de un lenguaje socializado (comunicativo y expresivo) y de la estructura de la lengua.

3.- Desarrollo afectivo. El niño irá adjudicando significado a valores humanos (bondad, maldad, nobleza, al mismo tiempo le sirve como catalizador de angustias y temores).

4.- Desarrollo social. Gracias al cuento el niño asume roles y valores, difíciles de explicar de otra manera, al ser conceptos abstractos. El cuento presenta, de forma simple y comprensible, los problemas humanos. Además, transmite las creencias y valores sociales de cada pueblo.

5.- Expresión de la personalidad y de los sentimientos. Los niños, al poderse identificar con el acontecimiento se convierte en un aparato de expresión de los sentimientos, el niño vive los cuentos, los siente como reales por muy fantásticos que sean, siendo feliz cuando el protagonista lo sea, alegrándose de su salvación, teniendo miedo cuando él lo tenga.

6.- Vehículo de la creatividad, de la imaginación. Es la base en que se apoya para inventar también sus historias, o para imaginar los parajes y personajes de sus relatos preferidos, inventará detalles o formas diferentes de acabar el relato.

Además, en su vertiente didáctica, el cuento:

  • Creará hábitos de atención y concentración.
  • Apoyará las unidades temáticas.
  • Es un punto de interés del que partirán o surgirán otras actividades.

 

CONCLUSIONES

 

Para terminar,  aunque seamos reiterativos, leer es disfrutar, disfrute que comienza o debería empezar siendo oral, pues el niño entra en la literatura con las canciones de cuna que le cantan, los juegos rimados que aprende y con los cuentos que primero le cuentan y después le leen en voz alta, lo que contribuye a que se deleite con lo que escucha y si lo que escucha en edades tempranas son muchos cuentos, estos le pueden hacer vibrar y de esta forma la narración oral y la lectura en voz alta se convertirán en comunicación o convivencia e interacción entre niño–niño, niño-familia y niño-escuela. Porque, como afirma Martín Garzo (2001), no leemos para escaparnos del mundo, sino para instalarnos definitivamente en él.

*La narración oral, los libros, las historias no son piezas de un museo intocables, sino palabras de otros hombres y mujeres, testimonios de vidas que vienen a susurrarnos en la intimidad su pasión o su desaliento, que siempre nos dejan la compañía de no sabernos solos en la desgracia

*El profesor tiene que motivar a sus alumnos hacia la lectura siempre y ha de ayudarlos, orientarlos y dirigirlos a la literatura, no solo como fuente de conocimiento, sino como sinónimo de gozo, placer, enriquecimiento y desarrollo de la inteligencia, de la imaginación y del compromiso.

*La literatura guía al individuo hacia la comunicación, la convivencia, la construcción verbal del mundo, la formación de su autonomía individual, el amor a la palabra repleta de ideas y sentimientos, de realidades y maravillas, de inquietudes, de dudas, de experiencias, de certezas, de aventuras… en suma, repleta de cultura. La palabra cuyo carácter evocativo establece vínculos de unión y abre las puertas a la memoria.

*Identificarse con los niños, sentirse uno de ellos, el más audaz de ellos al arriesgarse en el juego de la imaginación, participar en su mundo, es el secreto insustituible. Porque contar un cuento, no es lo mismo que enseñar las tablas de multiplicar. Es una empresa de amor: no es preparar a vivir, es vivir ya, convivir, considerar al niño no como futuro, sino como presente, un presente al que el relato puede dar intensidad. Y nada hace tan feliz a un niño como el saberse tomado en serio, comprendido en su actualidad, harto como está de sentirse considerado como proyecto de algo que tiene que llegar a ser.

Guiados por el amor nos será permitido penetrar, llevando de la mano a nuestros hijos y alumnos, al mágico país del árbol que canta, el agua que llora y el pájaro que habla…

Muchas gracias.

Antonio Mula Franco

 

 

 

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